LA MUJER Y LA POLITICA
Uno de los acontecimientos sustantivos del siglo veinte es la adquisición
por la mujer de los derechos políticos del hombre, Gradualmente hemos llegado
a la igualdad política y jurídica de ambos sexos. La mujer ha ingresado en la
política, en el parlamento y en el gobierno. Su participación en los negocios
públicos ha dejado de ser excepcional y extraordinaria. En el ministerio
laborista de Ramsay Mac Donald una de las carteras ha sido asignada a una
mujer, Miss. Margarita Bondfield, que asciende al gobierno después de una
laboriosa carrera política: ha representado a Inglaterra en las Conferencias
Internacionales del Trabajo de Washington y Ginebra. Y Rusia ha encargado su
representación diplomática en Noruega a Alexandra Kollontay, ex-comisaría del
pueblo en el gobierno de los soviets.
Miss Bondfield y Mme. Kollontay son, con este motivo, dos figuras
actualísimas de la escena mundial. La figura de Alexandra Kollontay, sobre
todo, no tiene sólo el interés contingente que le confiere la actualidad. Es una
figura que desde hace algunos años atrae la atención y la curiosidad europea. Y
mientras Margarita Bondfield no es la primera mujer que ocupa un ministerio de
Estado, Alexandra Kollontay es la primera mujer que ocupa la jefatura de una
legación.
Alexandra Kollontay es una protagonista de la Revolución Rusa. Cuando se
inauguró el régimen de los soviets tenía ya un puesto de primer rango en el
bolchevismo. Los bolcheviques la elevaron, casi inmediatamente, a un
comisariato del pueblo, el de higiene, y le dieron, en una oportunidad, una
misión política en el extranjero. El capitán Jacques Sadoul, en sus memorias
de Rusia, emocionante crónica de las históricas jornadas de 1917 a 1918, la
llama la Virgen Roja de la Revolución.
A la historia de la Revolución Rusa se halla, en verdad, muy conectada la
historia de las conquistas del feminismo. La constitución de los soviets
acuerda a la mujer los mismos derechos que al hombre. La mujer es en Rusia
electora y elegible. Conforme a la constitución, todos los trabajadores, sin
distinción de sexo, nacionalidad ni religión, gozan de iguales derechos. El
Estado comunista no distingue ni diferencia los sexos ni las nacionalidades;
divide a la sociedad en dos clases: burgueses y proletarios. Y, dentro de la
dictadura de su clase, la mujer proletaria puede ejercer cualquier función
pública. En Rusia son innumerables las mujeres que trabajan en la
administración nacional y en las administraciones comunales. Las mujeres,
además, son llamadas con frecuencia a formar parte de los tribunales de
justicia. Varias mujeres, la Krupskaia y la Menjinskaia, por ejemplo, colaboran
en la obra educacional de Lunatcharsky. Otras intervienen conspicuamente en la
actividad del partido comunista y de la Tercera Internacional, Angélica
Balabanoff, verbigracia.
Los soviets estiman y estimulan grandemente la colaboración femenina. Las
razones de esta política feminista son notorias. El comunismo encontró en las
mujeres una peligrosa resistencia. La mujer rusa, la campesina principalmente,
era un elemento espontáneamente hostil a la revolución. A través de sus
supersticiones religiosas, no veía en la obra de los soviets sino una obra
impía, absurda y herética. Los soviets comprendieron, desde el primer momento,
la necesidad de una sagaz labor de educación y adaptación revolucionaria de la
mujer. Movilizaron, con este objeto, a todas sus adherentes y simpatizantes,
entre las cuales se contaban, como hemos visto, algunas mujeres de elevada
categoría mental.
Y no sólo en Rusia el movimiento femenista aparece marcadamente
solidarizado con el movimiento revolucionario. Las reivindicaciones feministas
han hallado en todos los países enérgico apoyo de las izquierdas. En Italia,
los socialistas han propugnado siempre él sufragio femenino. Muchas
organizadoras y agitadoras socialistas proceden de las filas del sufragismo.
Silvia Pankhurst, entre otras, ganada la batalla sufragista, se ha enrolado en
la extrema izquierda del proletariado inglés.
Mas las reivindicaciones victoriosas del feminismo constituyen, realmente,
el cumplimiento de una última etapa de la revolución burguesa y de un último
capítulo del ideario liberal. Antiguamente, las relaciones de las mujeres con
la política eran relaciones morganáticas. Las mujeres, en la sociedad feudal,
no influyeron en la marcha del Estado sino excepcional, irresponsable e
in-directamente. Pero, al menos, las mujeres de sangre real podían llegar al
trono. El derecho divino de reinar podía ser heredado por hembras y varones.
La Revolución Francesa, en cambio, inauguró un régimen de igualdad política
para los hombres; no para las mujeres. Los Derechos del Hombre podían haberse
llamado, más bien, Derechos del Varón. Con la burguesía las mujeres quedaron
mucho más eliminadas de la política que con la aristocracia. La democracia burguesa
era una democracia exclusivamente masculina. Su desarrollo tenía que resultar,
sin embargo, intensamente favorable a la emancipación de la mujer. La civilización
capitalista dio a la mujer los medios de aumentar su capacidad y mejorar su
posición en la vida. La habilitó, la preparó para la reivindicación y para el
uso de los derechos políticos y civiles del hombre. Hoy, finalmente, la mujer
adquiere estos derechos. Este hecho, apresurado por la gestación de la
revolución proletaria y socialista, es todavía un eco de la revolución
individualista y jacobina. La igualdad política, antes de este hecho, no era
completa, no era total. La sociedad no se dividía únicamente en clases sino en
sexos. El sexo confería o negaba derechos políticos. Tal desigualdad desaparece
ahora que la trayectoria histórica de la democracia arriba a su fin.
El primer efecto de la igualación política de los varones y las mujeres es
la entra-da de algunas mujeres de vanguardia en la política y en el manejo de
los negocios públicos. Pero la trascendencia revolucionaria de este
acontecimiento tiene que ser mucho más extensa. A los trovadores y los enamorados
de la frivolidad femenina no les falta razón para inquietarse. El tipo de mujer,
producido por un siglo de refinamiento capitalista, está condenado a la
decadencia y al tramonto. Un literato italiano, Pitigrilli, clasifica a este
tipo de mujer contemporánea como un tipo de mamífero de lujo. Y bien, este
mamífero de lujo se irá agotando poco a poco. A medida que el sistema
socialista reemplace al sistema individualista, decaerán el lujo y la elegancia
femenina. Paquín y el socialismo son incompatibles y enemigos. La humanidad
perderá algunos mamíferos de lujo; pero ganará muchas mujeres. Los trajes de
la mujer del futuro serán menos caros y suntuosos; pero la condición de esa
mujer será más digna. Y el eje de la vida femenina se desplazará de lo individual
a lo social. La moda no consistirá ya en la imitación de una Mme. Pompadour
ataviada por Paquín. Consistirá, acaso, en la imitación de una Mme. Kollontay.
Una mujer, en suma, costará menos, pero valdrá más.
Los literatos enemigos del feminismo temen que la belleza y la gracia de
la mujer se resientan a consecuencia de las conquistas feministas. Creen que
la política, la universidad, los tribunales de justicia, volverán a las
mujeres unos seres poco amables y hasta antipáticos. Pero esta creencia es
infundada. Los biógrafos de Mme. Kollontay nos cuentan que, en los dramáticos
días de la revolución rusa, la ilustre rusa tuvo tiempo y disposición
espiritual para enamorarse y casarse. La luna de miel y el ejercicio de un
comisariato del pueblo no le parecieron absolutamente inconciliables ni antagónicos.
A la nueva educación de la mujer se le deben ya varias ventajas sensibles.
La poesía, por ejemplo, se ha enriquecido mucho. La literatura de las mujeres
tiene en estos tiempos un acento femenino que no tenía antes. En tiempos
pasados la literatura de las mujeres carecía de sexo. No era generalmente
masculina ni femenina. Represen-taba a lo sumo un género de literatura neutra.
Actualmente, la mujer empieza a sentir, a pensar y a expresarse como mujer en
su literatura y en su arte. Aparece una literatura específica y esencialmente
femenina. Esta literatura nos descubrirá ritmos y colores desconocidos. La
Condesa de Noailles, Ada Negri, Juana de Ibarbourou, ¿no nos hablan a veces un
lenguaje insólito, no nos revelan un mundo nuevo?
Félix del Valle tiene la traviesa y original intención de sostener en un
ensayo que las mujeres están desalojando a los hombres de la poesía. Así como
los han reemplazado en varios trabajos, parecen próximas a reemplazarlos
también en la producción poética. La poesía, en suma, comienza a ser oficio de
mujeres.
Pero ésta es, en verdad, una tesis humorística. No es cierto que la poesía masculina se extinga, sino que por primera vez se escucha una poesía característicamente femenina. Y que ésta le hace a aquellas, temporalmente, una concurrencia muy ventajosa.
Por: J. C. Mariátegui (el Amauta)
NOTA:
1 Publicado en Variedades, Lima, 15 de
marzo de 1924.
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